viernes, 28 de octubre de 2011

FICM 2011, la ficción.

Algunos días fueron necesarios para terminar de asimilar la intensa jornada cinéfila del noveno Festival Internacional de Cine de Morelia, en particular atractiva por su selección en competencia de largometrajes mexicanos, ante la cual surgen varias inquietudes, una de ellas, el rumbo actual de la producción fílmica en México.

Y es que muy a pesar del buen ánimo reporteril de varios compañeros, la incredulidad de la barra de críticos cinematográficos y el espíritu cinéfilo del público asistente, viejas heridas removió esta edición del FICM en torno al debate cliché del cine industrial y el cine festivalero.

Tras una larga y casi estoica Los últimos cristeros, película de Matías Meyer (El Calambre, Wadley), primera en la lista de la Selección de Largometraje Mexicano, algunos comentarios del tipo nadie la verá fuera de Morelia, se acomodaron entre butacas hasta el estreno de esta cinta, honrado con la presencia de M. Zavala. Semiótica aparte de que algunos apocalípticos miraran con desdén la visita proselitista de la señora al estado michoacano, en pleno momento electoral. ¿Y la película? ¡De cristeros!

Entonces varios fuimos pensando mañana será un día mejor y con optimismos renovados vimos pasar Nos vemos papá, largometraje de Lucía Carreras protagonizada por Cecilia Suárez. Pero otra vez lo mismo, un desarrollo narrativo lento para explicar la irremediable atracción de las mujeres hacia lo paterno, que hizo justicia mostrando a cuadro acto sexual consumado entre padre e hija a ritmo de tango.

Luego un hermoso Sueño de Lu, dirigido por Hari Sama, sobre el cual fueron volcadas la mayoría de las expectativas a propósito de la cinta que debía ganar el festival. Este largometraje vino a expresar de manera coherente secuencia a secuencia que todo lleva un tiempo, preciso, cauteloso, para mostrarse con dignidad a lo cotidiano.

Más una tercia de burlas, claro, en cuyo lugar Las razones del corazón de Arturo Ripstein, Paraísos Artificiales, de Yulene Olaizola, y De panzazo, de Carlos Loret de Mola y Juan Carlos Rulfo, caben a hechura.

Para finalmente aterrizar en el comentario de café un poco más serio, todos deberíamos tomar en cuenta si la cinematografía mexicana atraviesa por un momento particular en materia de propuestas visuales, ritmos y temáticas. Las representaciones fílmicas de los competidores coincidieron en querer mostrar duelos largos, pérdidas de inocencia rebelde, mucha soledad. Así pues en espera de que académicos y ultras digan lo contrario, quizá sea posible empezar a hablar del cine que está haciendo una generación.

Fecha de caducidad, de Kenya Márquez y El lenguaje de los machetes, de Kyzza Terrazas, quizá sean las propuestas con más futuro en sus corridas comerciales, en todo caso ojalá tengan la buena suerte de ser proyectadas tanto como sea posible; después de todo, el humor negro y la escatología de supermercado siempre dan buenas entradas a la taquilla. Y lo mismo se antoja mirar la posición de la juventud mexicana que de manera no menos convulsiva ha debido familiarizarse con términos como terrorismo, ocupa, indignación; embaucada de sobra con la falta de correspondencia por parte del mazacote político tripartidista en perpetuo poder del quién sabe cómo.

A corte de cerrar este capítulo, el FICM 2011 despertó intenciones diversas, el gusto de ver las viejas pelis, el cine de a de veras, dirán los rucos, desempolvar un rato el espíritu anarco de la ficción.

LDM

Cinemaroots

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